lunes, 30 de diciembre de 2013

Un maravilloso día de navegación



Hay días que salen perfectos. Se convierten en una experiencia única, y simplemente es por que se han dado las circunstancias adecuadas para que sea así.

 Hace unos días salí a navegar como tantas veces. Siempre es un placer hacerlo. Llevo haciéndolo muchos años y siempre voy con la misma ilusión y me vuelvo, terminada la jornada agotado de placer. Hace ya muchos años que me entró este vicio en el cuerpo y creo a día de hoy, que no tiene cura ni solución... Tampoco lo intento.

  La noche anterior me quedé a dormir en el barco. La primera vez que lo hice, tenía un cierto temor a levantarme dolorido o a no dormir bien. Ya no soy un chaval y estas cosas luego pasan factura. Pero no, dormí de maravilla y me levanté aun mejor.

 Contemplé el atardecer y como caía el sol. Es una visión, que por mucho que la contemples no deja de fascinarte. ¿Cuantas fotos tendré de la misma caida de sol...?




 Los sonidos de un puerto de noche son maravillosos. Las drizas golpeando al ritmo del viento  contra los palos, los cabos de amarre crujen, los peces se alborotan. Todo forma parte de una sinfonía náutica maravillosa.

 Me levanto temprano. Hace una hora que ha amanecido. La noche deja paso a un día resplandeciente.



 Me gusta la luz de la mañana. El olor de la mañana.

 Es diferente. La vida empieza a fluir y yo me siento parte de ella.

 Es el mejor momento. En las horas tempranas siempre me viene la misma imagen a la cabeza; mi Madre. La he visto tantas veces levantada de amanecida alrededor de sus plantas, disfrutando de esos momentos a solas, que muchísimas veces he evitado ir a saludarla. Ya lo haré después, o cuando vuelva… no le voy a romper ese momento.

 Desayuno a continuación en el bar. Sigue siendo temprano. La gente saluda diferente, mas amable, como con cierta complicidad horaria. La pena es que esta magia se irá rompiendo a una velocidad directamente proporcional al avance de los minutos y horas del día.
 

  
 Junto a mí desayunando, me acompañan un par de gorriones. Los observo, están agitados. Veo que les gusta el pan con aceite. Uno de ellos parece más pícaro, siempre se adelanta al compañero y le roba el pan que les tiro.
 Es descarado, incluso me sorprende y viene a colocarse en el respaldo de la silla que tengo junto a mí. Continuamente salta a la mesa, coge su bocado y vuelve al respaldo.



 Salgo pitando, quiero volver al barco y aprovechar las horas en el agua. El mar está plano, el viento aún no se ha despertado. No me importa, quiero que me pille en el agua cuando venga.
 Arranco el motor y mientras espero a que se caliente empiezo el ritual. Preparo los cabos, la radio, el piloto, quito la funda de las velas…etc.

 El cuerpo ya me late al mismo ritmo que suena el motor.

 Los marineros del puerto siempre  dispuestos a echarte una mano para soltar cabos y ayudarte en la maniobra vienen aunque no los llames. Si te ven desde su torre que estás haciendo preparativos, ya están en tu proa. Con sus bicicletas aparecen rápidamente siempre amables.

 Salgo del pantalán y enfilo la bocana del puerto, subo de ritmo el motor, mi cuerpo se acelera igualmente. Disfruto con cada maniobra, con cada cambio.
 Una vez fuera, una floja brisa de aire riza levemente el agua doscientos metros a mi popa, pero se desvanece antes de alcanzarme. El sol se refleja en el agua de forma que parece un espejo.
 Con esta luz de la mañana, los colores son mucho mas intensos, mas vivos y yo quiero todos los colores del día para mí.

 El día sigue en calma, las velas no hacen su trabajo y como el motor, sólo lo uso lo imprescindible, decido acercarme a la orilla de la flecha, echar el ancla y darme un baño. El agua está transparente y a estas horas aún no ha llegado la gente y el alboroto Tomo posesión del territorio que piso como si fuera un conquistador que llega por primera vez.

 


















  Al alejarme andando por la arena, veo el camino que he ido dejando y el paisaje que tengo ante mí. Cuatro colores fundamentales: El verde de los pinos, el azul del cielo, el tostado de la arena…y el agua. Estos cuatro colores representan gran parte de mi vida.





Soy consciente de que este terreno en el que dejo mis huellas no me pertenece. Ni a mi ni a nadie. Este terreno pertenece al mar y a las mareas. En poco tiempo, mi rastro desaparecerá como si nunca hubiera estado allí por arte y magia de la subida de la marea. Es así rítmicamente cada doce horas desde que el mar es mar, una fuerza imparable que llena de vida las orillas, mezcla el agua salada de entrada con la dulce de la ría y enrriquece la vida del entorno.
 Desde pequeño, la influencia de las mareas ha sido importante. Para el juego, para la navegación, para la pesca...
 Muchos paseos por la playa durante la bajamar, me viene a la memoria y hago mía una frase de la película El príncipe de Las Mareas, "Mi alma pasta como un cordero en la belleza de las mareas que suben..." 


 Después de un largo rato, empieza a soplar la brisa ya de un modo constante. La conozco, esta vez ha venido para quedarse, así que es el momento de levantar velas y salir a mar abierto.

 Génova y vela mayor. Orza y timón. Aquí el barco demuestra para lo que está hecho, la magia de la física y la naturaleza unidas. Viento, velas, empuje, deriva y la proa cortando el agua. El barco navega por si solo, amurado a estribor. El viento sopla a unos cinco nudos por el través. Produce una leve escora que levanta una espuma blanca por el costado de babor, todo acompañado de un sonido  y una cadencia bien acompasada.



 Pongo rumbo oeste. En el horizonte, Isla Cristina. Mas allá el Río Guadiana y Portugal. No tengo prisas. Siempre acostumbrado a medir el tiempo de los desplazamientos en la vida normal, aquí ese concepto no existe, un velero no está concebido para ahorrar tiempo.
 Navego, navego, navego…El correcto trimado de las velas deja de importarme demasiado. El barco avanza y avanza y yo encuentro el momento de soledad, relajación y felicidad que de pronto me invade y pienso: “Todo el mundo debería conocer esto”. Doy gracias a todos y a todo. Hay mucha gente implicada en que hoy pueda contar esto, ellos bien lo saben.


Un impulso me lleva a continuar y a no pensar en nada mas hasta que transcurridas las horas, caes en la cuenta que has de volver tarde o temprano. Es inevitable, pero antes de poner rumbo de  regreso, deseo hacer una cosa. El color que tiene hoy el agua es increíble, mezcla entre azul y verde. Te hipnotiza, la acaricias con la mano por la banda de sotavento y sientes su frescura. Hecho el ancla y me zambullo con todas mis ganas, dejo que el agua me abrace hasta que no puedo mas y salgo a respirar.
 A seis metros de distancia y a ras de agua se ve el barco como tu único aliado, se balancea suavemente. Nadando lo rodeo en todo su perímetro, la transparencia del agua me permite verlo por toda la obra viva y mentalmente tomo nota de las mejoras que necesita.

 Después de un buen rato fondeado y medio adormilado por el mecido de las olas, me dispongo a recoger para emprender de nuevo la vuelta a puerto. Dieciocho metros de cabo y cadena me separan del fondo donde estoy anclado. Lentamente voy recuperándolos hasta que veo el reflejo del metal bajo la superficie y termino de izarla hasta colocarla en su alojamiento.

De nuevo a bordo. Despliego velas de nuevo. Ya en marcha, aun mojado, la brisa se nota en el cuerpo con mas intensidad y provoca de forma automática que se te abra el apetito. Es hora de una cerveza bien fría. Otro color mas que añadir, amarillo y espuma blanca, fundamental a bordo y entra de maravilla.

 De nuevo velas arriba. Ahora me impulsa un viento por la aleta de estribor que el barco agradece, lo siente como una caricia y me lo devuelve en forma de avance constante dejando una hermosa estela por la popa.
…así continuo. Ya diviso la boya de recalada. La entrada a la ría. Enfilo hacia ella y al llegar a su altura, no contento aún, decido avanzar un poco mas. Este viento sienta tan bien que me resisto a  abandonarlo sin aprovecharlo un poco mas. Aquí, las palabras “prisas y reloj” dejan de tener significado.
 Paso junto a otros barcos que andan por la zona. En todos me fijo, siempre se aprende algo de cada uno. Nos saludamos cordialmente al paso, da igual el tamaño del velero, la afición es la misma y el saludo es prácticamente inevitable.


 

 Vuelta a puerto, ya es hora de volver. El día ha dado bastante de si y queda que recoger y dejar ordenado todo el barco. Timón a babor y una suave trasluchada me pone la boya de recalada en proa.



 A través del canal balizado voy dejando atrás el mar y entrando al río. A dos millas ya diviso el puerto y la corriente de la pleamar se vuelve mi aliada para acompañarme en el último trayecto.
 A poca distancia de la bocana comienzo la maravillosa rutina de vuelta. Multitud de barcos se cruzan conmigo y espero el mejor momento. Conecto el piloto automático, arranco el motor y lo pongo a un cuarto de gas, a continuación recojo el Génova con la ayuda del enrrollador y seguidamente arrío la mayor colocándola en su bolsa. Cabos recogidos, defensas en posición, todos los enseres en sus alojamientos correspondientes y todo preparado para que nada entorpezca la maniobra de atraque.
 El barco así, sin velas parece desnudo; el motor lo hace avanzar pero en perfecta verticalidad cuando su estado natural debe ser algo de escora aunque sea muy leve.

 Entrando por la bocana dirigiéndome a mi calle, de pie en la popa y la caña en la mano, me gusta imaginarme que soy un navegante que llega después de días y días de navegación buscando el refugio y el descanso de un puerto abrigado.
 Me despierto o me despiertan, el canal 73 suena en la radio. El marinero de turno te ha visto entrar y pregunta si quieres ayuda. Lo hacen por rutina, por que normalmente van a tu puesto a esperarte. La mayoría de las veces le digo que no es necesario, me gusta perfeccionar la maniobra de atraque por que soy muy cabezón, confieso que no se me da nada bien. El día que la domine correctamente, entonces pediré ayuda para la maniobra!!!
 La cosa ha ido bien, la corriente que genera la pleamar me ayuda y me sirve de freno. Con el impulso que llevo es suficiente. Fuera máquina. Motor en punto muerto. Pie en pantalán y rápidamente engancho las amarras, primero a proa, luego a popa.
 Mientras me estiro de pie en el pantalán, viendo el barco en toda su eslora desde la proa, el motor sigue con su sonido de cuatro tiempos al ralentí. “Yo también he cumplido mi misión” parece decirme y la verdad es que se agradece que no falle nunca, te da una seguridad plena.

 Toca ahora la tarea final, recogida de todos los artilugios, apagado del motor, desconexión de los aparatos electrónicos…etc. Confieso que esta faena me da pereza, me entran ganas de irme y dejar todo como está, pero se que en un barco, si no haces las tareas finales, se pagan caras las consecuencias además de que creo que se lo debo como agradecimiento por todo lo que me aporta.
 A muchos les puede parecer extraño, pero siempre les cojo cariño a las cosas materiales cuando me aportan grandes satisfacciones. Coches, motos, bicicletas…etc. Creo que tienen alma y me devuelven satisfacción en la misma medida que yo los cuido o estoy pendiente de ellos. Así que recogida toca. Endulzar los cabos, el motor, la cubierta y demás elementos. Un poco de engrase donde se necesita, un tornillo que necesita apriete, la idea de alguna mejora que te llevas en la cabeza…Son 21 años los que tiene, se conserva bien. Era yo un jovencito cuando él ya navegaba y yo no tenía conocimiento si quiera de que existía y menos que fuera a ser mío algún día, aunque si podia estar seguro de que soñaba con él.

 Terminada todas las faenas, mochila a la espalda, camino cansado ya de vuelta por el pantalán. Cada veinte pasos me vuelvo hacia atrás, lo veo cada vez mas lejos y ahí se queda en compañía de los otros barcos. Confieso que alguna vez me he vuelto, he arrancado el motor y me he dado una última vuelta por el puerto.

…dice mi mujer que lo quiero mas que a mis hijos...

Mientras medito la pregunta, ella inteligentemente me da la respuesta: “Eso es por que sabes que yo estoy detrás de ellos mientras tú no estás” Trago saliva y me siento aliviado por no tener que responder.

De vuelta a casa, ya en el coche mi cabeza lleva dos pensamientos. Cuando tendré la próxima ocasión de volver y alguna mejora o idea que pueda mejorar algún aspecto del barco.
 Así termina este día, cansado pero muy pleno. Esta afición mezcla el deporte con el amor por una forma de sentir, tanto que como he dicho en varias ocasiones, ha sido determinante en mi desde que era un niño cuando empecé. Por eso, quien me conoce bien sabe donde un día, cuando llegue el momento, quiero descansar para siempre. En algún lugar entre la boya del Reviro de Mazagón y la boya de recalada de entrada al Río Piedras, donde me he sentido plenamente feliz muchos días de mi vida.


           ...Gracias